Obediencia
La obediencia a la dignidad personal requiere de toda nuestra autoestima, del amor propio, y del convencimiento de que tenemos y debemos que defender, por encima de cualquier cosa, lo que somos, lo que queremos ser, y ese espacio inviolable donde se asienta nuestro espíritu personal.
No prestamos una atención suficiente a defender nuestra dignidad cuando es atacada, ni dedicamos la atención que requiere situarla en el pedestal de las cosas importantes que tenemos que proteger, ni la valoramos en su justa medida.
Si hay algo que verdaderamente tenemos que preservar, enaltecer y hacer que los demás respeten y honren, es la dignidad personal.
Si hay algo que es nuestro tesoro, es nuestra valía como seres humanos, lo puro, lo respetable, lo digno, lo intachable, es la dignidad personal.
Es un sello de distinción
Algo que merece consideración y devoción y cuidado.
Es el máximo respeto que nos merecemos y hemos de exigir.
Es una de las cosas más valiosas que tenemos: la posibilidad de sentirnos dignos.
Es algo en lo que nos hemos de mostrar irreductibles: en la defensa de nuestra dignidad.
Es lo más decente que hay en nosotros y lo que debemos mantener intachable e inmaculado.
La dignidad es un asunto unilateral. Un asunto entre uno mismo No es algo por lo que haya que dar cuenta a otros, ni es algo que tengamos que justificar ante los demás: es un asunto personal
Y en la defensa de la dignidad se ha de ser irreducible, porque es lo único que tenemos que mantener inmaculado.
Nos podrán mancillar, desacreditar, despreciar, conseguir rebajarnos la Autoestima, y todo ello podría ser soportable - no quiero decir que sea tolerable -, pero cuando alguien quiera tocar la dignidad es el momento de plantarse firmes, y de sacar todo lo que tengamos que pueda colaborar en su defensa, porque la dignidad es el espacio que nos queda de honor, de grandeza, y de sagrado. MD Luis Dugas
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